Sunday 8 November 2009

Noviembre es azul.

Ya en su día, cuando soñaba con Hoteles Gaudí, fiordos noruegos y Villages Khubavalis, iba desgajando ideas, como quien desgaja mandarinas, y me gustaba pensar que siempre había añorado algo que nunca había llegado a existir. De aquel tiempo a esta parte, la verdad, las cosas han cambiado y aquella melancolía constante respecto de tiempos inexistentes, lugares alejados y gentes desconocidas ha dejado de tener sentido, tan sólo algún que otro resquicio cuando recuerdo Paludan Bogcafé, en pleno centro de Copenhague.

Así, con estos días de frío en los que no hay castañeros en Carrer Oms, pero sí hay tarta helada y bicis dominicales, pienso más que nunca en mi infancia otoñal, en esos largos paseos por el Parc de Ses Fonts y, aunque La Ciutadella no sea, en absoluto, lo mismo, no deja de gustarme. Porque hace frío y porque, en cierta manera, no me importa porque siempre me ha gustado noviembre, que es un mes azul.

Pero no quiero ser el típico emigrante en ciudad extraña que se dedica a recordar sus locales, sus parques y sus plazas, sus historias, porque, entre otras cosas, no me siento emigrante, ni me siento extraño entre estas calles, tan sólo algo desorientado en ocasiones, a falta de una costumbre, porque construir un futuro es mucho más complejo cuando no hay un pasado, pero no es imposible y es más fácil cuando piensas en el ahora.