Thursday 21 April 2011

La renovada primavera

En este momento ya sé que mañana maldeciré cada uno de estos minutos y, sin embargo, aquí sigo estirado, tratando de escribir y de pensar en este Primer Día de Abarcas del año. Primer Día de Abarcas en París. En casa no hay nadie y todos están por ahí de excursión, en nuevas casas haciendo panades, robiols o crespells o simplemente disfrutando de las vacaciones. Yo, en cambio, sigo en París, cosas de un país laico, pero no me quejo. Aprovecho las mañanas con copiosos desayunos y con mis últimas clases en Sciences Po. Las tardes acaban siendo mucho más productivas de lo que Cris y yo pensábamos. Así, hoy no sólo hemos comido al sol del césped más guarro y menos césped que ha habido nunca en la Tierar, sino que casi hemos terminado el dichoso paper. Sí me he reído en esa salita del 28, rue des Saints-Pères.

Huele a verano. De hecho mi piel ya lo sabe. Hace semanas que hemos dejado la dermatitis de invierno para adoptar la de verano. Es estupendo amar tan profundamente su propio cuerpo. Huele a verano y, sin embargo, sólo es 21 de abril. 21 de abril. Lo cierto es que por primera vez entiendo de forma completa el cambio estacional. Creo poder afirmar por todos los mediterráneos que estamos aquí que comprendo por fin las ansias por una renovada primavera.


Sunday 17 April 2011

Requiem.

El otro día pensaba que, sin lugar a dudas, el día en que estrenas lentillas es el mejor del mes. Y así, con esa idea en la cabeza, me fui por ahí, a pasear y disfrutar de estos efímeros y últimos días parisinos. Con todas las ganas de aprovechar hasta el último rayo de sol y, al mismo tiempo, con el fin de sentirme una persona utilísima, aprovechar en cafés, bibliotecas, parques o en casa para leer, estirarme al sol, tomar un vinito o simplemente disfrutar de esta primavera parisina.

Richard Descoings, el director de Sciences Po, nos escribía ayer y, después de sus palabras, yo no dejo de darle más y más vueltas a todo el sentido de estar aquí o allí. Me siento y me levanto, me vuelvo a sentar y me agobia. No ha sido hasta ahora que me he visto en la obligación de verlo justamente al revés. Hay que ser consciente de las suertes ajenas y de las posibles suertes propias, pero, deviene necesario salir de casa como si estrenáramos lentillas todos los días, para cerrar este condenado ordenador de una vez por todas. Si no, ¿de qué me sirven todas las malas noticias si no es para encontrarle un motivo más aún para sentirme afortunado, para tener ganas de seguir?

Muy profundo me veo. Pero como para no estarlo.