La Iglesia del Saint-Sulpice se divisa allí al fondo desde la sala Goguel Bis del 56, rue des Saints-Pères. Si te fijas bien, la cúpula que se ve es la del Panteón. Creo que ciertamente no podría ser mejor el aula donde hacemos teatro. Bien es cierto que tiene una columna en medio, como en Binicanella, pero nos manejamos con ella, incluyéndola en el espectáculo. Lo cierto es que me alegro de la elección –y lo digo como si de dicha elección dependiera la calidad del curso–.
El Workshop de teatro me permite sentarme en el suelo de la Goguel Bis –nota del escritor: querría ver cómo es la Goguel normal y averiguar quién fue–, algo que no es extremadamente frecuente en París, salvo si es el césped del patio entre el 27 y el 56 durante los primeros días de curso –y esta semana climáticamente extraña– o los tablones de madera del Pont des Arts, frente al que acabaré cediendo y asumiendo que es un buen puente y, quizás, el mejor de París.
Por otro lado, me obliga a vertir toda mi sangre artística –que no es mucha– en proyectos que todavía no sé si llegarán a buen puerto. Y no me sienta mal el asunto, pues me obliga a enfocar mis trabajos académicos desde otros puntos de vista. Incluso me planteo elaborar algo para el co-cumpleaños de Manuel, aunque eso está por ver, porque ahí sí que importa llegar a buen puerto (si es posible Mediterráneo).
Estoy convencido que, dentro de tres llamadas, estaré todavía más contento. Gracias a Bell, evidentemente, al lado de allá y a mis propias obligaciones anímicas.
PD. Me congratulo de haber evitado hablar del tiempo en este post. Algo ya demasiado recurrente, igual que el precio abusivo de la cerveza y el café –salvo en Juanchito, restaurante Colombiano donde el mejor café de Juan Valdés cuesta un euro, sea con leche, cortado o solo-.
El Workshop de teatro me permite sentarme en el suelo de la Goguel Bis –nota del escritor: querría ver cómo es la Goguel normal y averiguar quién fue–, algo que no es extremadamente frecuente en París, salvo si es el césped del patio entre el 27 y el 56 durante los primeros días de curso –y esta semana climáticamente extraña– o los tablones de madera del Pont des Arts, frente al que acabaré cediendo y asumiendo que es un buen puente y, quizás, el mejor de París.
Por otro lado, me obliga a vertir toda mi sangre artística –que no es mucha– en proyectos que todavía no sé si llegarán a buen puerto. Y no me sienta mal el asunto, pues me obliga a enfocar mis trabajos académicos desde otros puntos de vista. Incluso me planteo elaborar algo para el co-cumpleaños de Manuel, aunque eso está por ver, porque ahí sí que importa llegar a buen puerto (si es posible Mediterráneo).
Estoy convencido que, dentro de tres llamadas, estaré todavía más contento. Gracias a Bell, evidentemente, al lado de allá y a mis propias obligaciones anímicas.
PD. Me congratulo de haber evitado hablar del tiempo en este post. Algo ya demasiado recurrente, igual que el precio abusivo de la cerveza y el café –salvo en Juanchito, restaurante Colombiano donde el mejor café de Juan Valdés cuesta un euro, sea con leche, cortado o solo-.