Cuatro, cinco horas de sol. Sol, sí. Y vuelta a ser de noche. Aunque la noche se llene de luces, de colores, todos los carteles de neón que anuncian una brasserie o un café-tabac, que anuncian una Navidad que, me huelo, será más efímera de lo deseada. El mar se atisba allá a lo lejos del calendario, el Sol de Palma en la muralla. Aunque debería admitir que el Sol en París resulta mucho más especial, por eso de su ausencia y lo inesperado que resulta un día claro.
¡Y qué día tan bueno hace! Da para salir a pasear con la melena al viento de París, en una rive gauche que cada vez me gusta más. Montparnasse deviene centro neurálgico de mi vida, de un París-mágico con conciertos en Sciences Po, charlas entorno a glühwein y escenario de todo mi Portfolio de teatro. La verdad, no hay nada que me guste más que sentirme productivo y trabajar exhaustivamente, y salir a pasear bajo el sol, tomar un café y volver a trabajar, y que me guste lo que estoy haciendo, creérmelo y empaparme de ello, porque me gusta lo que hago. Y no hay nada que me guste menos que tener que hacer aquello que no me gusta.
¡Y qué día tan bueno hace! Da para salir a pasear con la melena al viento de París, en una rive gauche que cada vez me gusta más. Montparnasse deviene centro neurálgico de mi vida, de un París-mágico con conciertos en Sciences Po, charlas entorno a glühwein y escenario de todo mi Portfolio de teatro. La verdad, no hay nada que me guste más que sentirme productivo y trabajar exhaustivamente, y salir a pasear bajo el sol, tomar un café y volver a trabajar, y que me guste lo que estoy haciendo, creérmelo y empaparme de ello, porque me gusta lo que hago. Y no hay nada que me guste menos que tener que hacer aquello que no me gusta.