Monday, 28 March 2016

Sin pánico, sin nervios, sin ira.

Como casi cualquier día, cuando conseguí entender qué era ese ruido que sonaba y lo que quería decir, abrí los ojos y miré casi a ciegas a la ventana del techo. Azul celeste en la ventana y un cuarto de baño lleno de rayos de sol. Y así, cuando entraba en la ducha, pensaba que me esperaba un gran día por delante. Con mucho trabajo, pero un gran día.

Y, sin embargo, como todas las otras veces, estas cosas llegan con desconcierto, sin llegar a entender la gravedad de la situación, sin saber hasta dónde alcanza o qué ha pasado.

Remarco eso del cielo azul, esas ganas de un buen día, porque así es como me he sentido todos estos días, con muchas ganas de todo, de esta primavera bruselense que parece que quiere llegar, de charlas y más charlas, de paseos, de cañas y conciertos, de viajes, de museos y libros, de parques y bicis. Y a esas ganas han contribuido los viajes a Lille y a Madrid, la conferencia de Saskia Sassen, las alcachofas más ricas del mundo y alguna que otra cerveza suelta, entre otros.

Y, con el paso de los días, tras el susto inicial, el desconcierto, la abrumación con tanta información y emociones, los mensajes de apoyo, los cortes en el metro, en el bus y en el tram, la vuelta al nivel cuatro con mucho menos histeria que en noviembre y de vuelta al nivel 3, la cancelación de eventos y la celebración de la vida con cañas entre amigos, con cenas y con paseos, pues poco queda más que una sensación rara en el cuerpo.

Una sensación rara que se va diluyendo poco a poco con el cambio de hora, con las hojas nuevas que han aparecido incipientes en los árboles, con unos cielos color azul Magritte, una lluvia inconstante y casi refrescante, unos días de descanso y de disfrutar de la ciudad y, sobre todo, con el tiempo entre amigos. Una sensación rara que se va diluyendo pero que no desaparece. Sin pánico, sin nervios, sin ira.