Monday, 7 June 2010

A 9610 BN.

Toda persona que se precie –o, en su defecto, toda persona que haya llegado en tren a Valencia y no haya detenido allí su camino, sino que haya seguido bien hacia el norte, bien hacia el sur– sabrá que no es algo anormal estar dos quintos del camino buscando tu destino y los otros tres aferrándose a lo que dejas atrás (o viceversa). Igualmente sabrá apreciar las bondades del paisaje, aunque no dejará de sorprenderse por el cambio de color entre aquello que es huerta valenciana y aquello que no, el desierto.

Así, entre ajustes, celebraciones familiares, comidas copiosas, vinos y cavas, me senté al sol y me dejé derretir por el calor alicantino. Creí que, de este modo, podría llegar al mar más fácilmente. Sentí que aquello, que podría serme ajeno, no lo era tanto y que, en el fondo, la guerra, no era tanta. Podríamos, pues, borrar un título más del grueso de obras de Rododera cuyos nombres han perdido esencia. Por tanto, ni el Carrer de les Camèlies, ni La Plaça del Diamant, ni Quanta, quanta guerra tenían ya el sentido que su autora había querido darle, lo mismo que tampoco es playa lo que nos venden como tal, sino que es una ciudad con arena y mar.

1 comment:

Rocío said...

Jo no sé com teniu cor de girar-vos d’esquena a la finestra y posar-vos a llegir, o a dormir, o a parlar de política, mentre darrera vostre va desfilant tota la riqueza del món. I de quina manera!

Té un encís l’anar pel carril que no és pas el mateix d’anar pel món a peu o en carruatge que no corri tant; és un altra mena de goig més espiritual, diguem-ho així. Tot passa més de pressa, més abocetat; i la visió n’és tant més ideal quant més fugitiva. És el regalo del món, l’anar en carril: jo no sé com teniu cor de girar-vos d’esquena a la finestra.

(Joan Maragall)