En este momento ya sé que mañana maldeciré cada uno de estos minutos y, sin embargo, aquí sigo estirado, tratando de escribir y de pensar en este Primer Día de Abarcas del año. Primer Día de Abarcas en París. En casa no hay nadie y todos están por ahí de excursión, en nuevas casas haciendo panades, robiols o crespells o simplemente disfrutando de las vacaciones. Yo, en cambio, sigo en París, cosas de un país laico, pero no me quejo. Aprovecho las mañanas con copiosos desayunos y con mis últimas clases en Sciences Po. Las tardes acaban siendo mucho más productivas de lo que Cris y yo pensábamos. Así, hoy no sólo hemos comido al sol del césped más guarro y menos césped que ha habido nunca en la Tierar, sino que casi hemos terminado el dichoso paper. Sí me he reído en esa salita del 28, rue des Saints-Pères.
Huele a verano. De hecho mi piel ya lo sabe. Hace semanas que hemos dejado la dermatitis de invierno para adoptar la de verano. Es estupendo amar tan profundamente su propio cuerpo. Huele a verano y, sin embargo, sólo es 21 de abril. 21 de abril. Lo cierto es que por primera vez entiendo de forma completa el cambio estacional. Creo poder afirmar por todos los mediterráneos que estamos aquí que comprendo por fin las ansias por una renovada primavera.
Huele a verano. De hecho mi piel ya lo sabe. Hace semanas que hemos dejado la dermatitis de invierno para adoptar la de verano. Es estupendo amar tan profundamente su propio cuerpo. Huele a verano y, sin embargo, sólo es 21 de abril. 21 de abril. Lo cierto es que por primera vez entiendo de forma completa el cambio estacional. Creo poder afirmar por todos los mediterráneos que estamos aquí que comprendo por fin las ansias por una renovada primavera.