Me dijiste que así, a bote pronto, la ciudad sería lo que más echarías de menos de París, y yo, aunque sin ser capaz de negártelo, no supe muy bien qué decir. La verdad es que yo también iba a echar en falta esta ciudad y sus calles haussmanianas –y sobre todo las no-haussmanianas–, pero mucho más sus gentes, su ambiente y la facultad. Algunas otras cosas eran mucho menos importantes para mí en París de lo que habían sido en España. Yo miraba distraídamente por la ventana, mientras me hablabas de la ciudad y de cómo te gustaba el barrio latino y el Panteón, que tenía las mejores vistas de la ciudad con diferencia, y así, a lo lejos, iba viendo pasar los boulevares del sur, los de la rive gauche, uno tras otro en busca de una salida al Sena y, de ahí, a la Gare de Lyon.
Debería haber tomado café y tú también, aun a sabiendas que me sienta mal, que me revuelve el estómago el café por la mañana. Cuando te lo dije, me soltaste tu gran teoría al respecto, algo así como que no acostumbro a tomar cafés por las mañanas, salvo cuando madrugo mucho y esos días suelen estar marcados en el calendario. Por no darte la razón seguí mirando los árboles milimétricamente recortados de avenue de l'observatoire y me dije que yo también echaría de menos la ciudad y todo lo que ella implicaba. París había sucedido a Barcelona y la había convertido en una mera ciudad de provincias, fea, sucia y gris. Por mi parte, yo afirmaba y reafirmaba que sólo mi Palma natal podía competir con París, aunque tampoco era del todo cierto. París se había convertido, de algún modo, en una casa distinta de las que había tenido hasta entonces, era una ciudad adulta y me había tratado como tal, permitiéndome crecer. Con estas ideas en mente me señalaste por enésima vez el Panteón a la altura de les gobelins. Sí que es verdad que también me gustaba mucho la zona y que, a pesar de no quejarme de nada de Saint-Guillaume, haber tenido clases en Panthéon-d'Assas no hubiera estado mal en absoluto.
Debería haber tomado café y tú también, aun a sabiendas que me sienta mal, que me revuelve el estómago el café por la mañana. Cuando te lo dije, me soltaste tu gran teoría al respecto, algo así como que no acostumbro a tomar cafés por las mañanas, salvo cuando madrugo mucho y esos días suelen estar marcados en el calendario. Por no darte la razón seguí mirando los árboles milimétricamente recortados de avenue de l'observatoire y me dije que yo también echaría de menos la ciudad y todo lo que ella implicaba. París había sucedido a Barcelona y la había convertido en una mera ciudad de provincias, fea, sucia y gris. Por mi parte, yo afirmaba y reafirmaba que sólo mi Palma natal podía competir con París, aunque tampoco era del todo cierto. París se había convertido, de algún modo, en una casa distinta de las que había tenido hasta entonces, era una ciudad adulta y me había tratado como tal, permitiéndome crecer. Con estas ideas en mente me señalaste por enésima vez el Panteón a la altura de les gobelins. Sí que es verdad que también me gustaba mucho la zona y que, a pesar de no quejarme de nada de Saint-Guillaume, haber tenido clases en Panthéon-d'Assas no hubiera estado mal en absoluto.
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