Tuesday, 8 February 2011

Del curioso camino de una postal.

Lo cierto es que una postal verde de persianas mallorquinas con los bordes recortados con tijeras de niño no es la postal más frecuente que uno se puede esperar. Y, aún con todo, mi espera día a día al abrir el buzón ha sido larga y temerosa de no llegar a ningún puerto. Resulta curioso ese momento de esperar algo que quizás ya ha llegado o que igual no llegará jamás. Así, a las tres o cuatro semanas de vida de dicha postal yo hice el camino inverso que debería haber hecho la propia, esperando que, a mi regreso, la encontraría ya fuera del buzón en mi habitación de París.

Nada más lejos de la realidad, mi regreso a París se vio marcado por el sol y la carencia de esas persianas mallorquinas, de un verde profundo. Dicho así, parece que pudiéramos encontrarle algún significado casi teleológico, aunque es mucho suponer. El presupuesto de la pérdida por Correos o por La Poste inundó cualquier concepción acerca de la postal y me permitió olvidarme de ella, salvo por alguna rémora de ida y vuelta y alguna reprimenda al remitente, que me acusaba de haber dado mal mi dirección. Posible, pero poco probable, la facilité de nuevo ahora sí cerciorándome de que estuviera correctamente.

Nada me hacía creer que hoy, 8 de febrero, dos meses después, la chica española del 5º, Erasmus también, subiría las escaleras para preguntarme si la postal era para mí, que había estado en su buzón desde entonces y, al no llevar nombre del destinatario, el cartero se había equivocado.

En el tiempo que la postal ha ido de Palma al 67 del Boulevard de Vaugirard de París y ha subido del 5º al 7º han pasado dos meses y yo he atravesado cuatro veces el Mediterráneo para ir a Palma.

Tuesday, 1 February 2011

En vela.

Desvelado, a altas horas de la madrugada parisina. Fría, lo sé, aunque sin rocío en la ventana ni hielo en los tejados. Aún cálida la podemos creer, hoy que ha salido el sol. Y, sin embargo, sigo en vela. Demasiado café para mis tardes y demasiadas ganas de aprovechar, por fin, las mañanas. Aunque las tardes son, para variar, más que productivas. Paseos gélidos y largas charlas alrededor del sixième arrondissement. Hay que decir, sin embargo, que no es mi culpa la pérdida de tiempo en mis mañanas, sino del insomnio que ni tengo ni admitiría tener. Y es que, en cierto modo, París te cambia el horario y no porque me emborrache y salga de fiesta día sí y día también, que no es, ni por asomo una realidad –quizás mucho más un mito–, sino por eso de tener un horario universitario mucho más laxo, que, en el fondo, me permite pendulear por la cama hasta bien entrado el mediodía –sin que, por ello, tenga graves conflictos morales– y claro, después cualquiera me acuesta temprano.

Soy consciente de que esto suena a excusa y, en buena medida, lo es. No obstante, no por admitirlo intentaré justificarme una vez más. Es de noche, sí, he intentado dormir, también, no lo consigo, pues es más que evidente y, además, me atrevo a pensar que lo mejor que puedo hacer es acabar de escribir esto e intentar dormir. Bien seguro que a las tres y media me duermo.
Sea como sea, mañana me levanto temprano, y no lo digo como bueno hábito al que acostumbrarse, pues tengo clarísimo que madrugar no es algo positivo per se, ni siquiera aconsejable.