Lo cierto es que una postal verde de persianas mallorquinas con los bordes recortados con tijeras de niño no es la postal más frecuente que uno se puede esperar. Y, aún con todo, mi espera día a día al abrir el buzón ha sido larga y temerosa de no llegar a ningún puerto. Resulta curioso ese momento de esperar algo que quizás ya ha llegado o que igual no llegará jamás. Así, a las tres o cuatro semanas de vida de dicha postal yo hice el camino inverso que debería haber hecho la propia, esperando que, a mi regreso, la encontraría ya fuera del buzón en mi habitación de París.
Nada más lejos de la realidad, mi regreso a París se vio marcado por el sol y la carencia de esas persianas mallorquinas, de un verde profundo. Dicho así, parece que pudiéramos encontrarle algún significado casi teleológico, aunque es mucho suponer. El presupuesto de la pérdida por Correos o por La Poste inundó cualquier concepción acerca de la postal y me permitió olvidarme de ella, salvo por alguna rémora de ida y vuelta y alguna reprimenda al remitente, que me acusaba de haber dado mal mi dirección. Posible, pero poco probable, la facilité de nuevo ahora sí cerciorándome de que estuviera correctamente.
Nada me hacía creer que hoy, 8 de febrero, dos meses después, la chica española del 5º, Erasmus también, subiría las escaleras para preguntarme si la postal era para mí, que había estado en su buzón desde entonces y, al no llevar nombre del destinatario, el cartero se había equivocado.
En el tiempo que la postal ha ido de Palma al 67 del Boulevard de Vaugirard de París y ha subido del 5º al 7º han pasado dos meses y yo he atravesado cuatro veces el Mediterráneo para ir a Palma.
Nada más lejos de la realidad, mi regreso a París se vio marcado por el sol y la carencia de esas persianas mallorquinas, de un verde profundo. Dicho así, parece que pudiéramos encontrarle algún significado casi teleológico, aunque es mucho suponer. El presupuesto de la pérdida por Correos o por La Poste inundó cualquier concepción acerca de la postal y me permitió olvidarme de ella, salvo por alguna rémora de ida y vuelta y alguna reprimenda al remitente, que me acusaba de haber dado mal mi dirección. Posible, pero poco probable, la facilité de nuevo ahora sí cerciorándome de que estuviera correctamente.
Nada me hacía creer que hoy, 8 de febrero, dos meses después, la chica española del 5º, Erasmus también, subiría las escaleras para preguntarme si la postal era para mí, que había estado en su buzón desde entonces y, al no llevar nombre del destinatario, el cartero se había equivocado.
En el tiempo que la postal ha ido de Palma al 67 del Boulevard de Vaugirard de París y ha subido del 5º al 7º han pasado dos meses y yo he atravesado cuatro veces el Mediterráneo para ir a Palma.
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