Tuesday 1 February 2011

En vela.

Desvelado, a altas horas de la madrugada parisina. Fría, lo sé, aunque sin rocío en la ventana ni hielo en los tejados. Aún cálida la podemos creer, hoy que ha salido el sol. Y, sin embargo, sigo en vela. Demasiado café para mis tardes y demasiadas ganas de aprovechar, por fin, las mañanas. Aunque las tardes son, para variar, más que productivas. Paseos gélidos y largas charlas alrededor del sixième arrondissement. Hay que decir, sin embargo, que no es mi culpa la pérdida de tiempo en mis mañanas, sino del insomnio que ni tengo ni admitiría tener. Y es que, en cierto modo, París te cambia el horario y no porque me emborrache y salga de fiesta día sí y día también, que no es, ni por asomo una realidad –quizás mucho más un mito–, sino por eso de tener un horario universitario mucho más laxo, que, en el fondo, me permite pendulear por la cama hasta bien entrado el mediodía –sin que, por ello, tenga graves conflictos morales– y claro, después cualquiera me acuesta temprano.

Soy consciente de que esto suena a excusa y, en buena medida, lo es. No obstante, no por admitirlo intentaré justificarme una vez más. Es de noche, sí, he intentado dormir, también, no lo consigo, pues es más que evidente y, además, me atrevo a pensar que lo mejor que puedo hacer es acabar de escribir esto e intentar dormir. Bien seguro que a las tres y media me duermo.
Sea como sea, mañana me levanto temprano, y no lo digo como bueno hábito al que acostumbrarse, pues tengo clarísimo que madrugar no es algo positivo per se, ni siquiera aconsejable.

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