Para hablar con franqueza, debería haberlo previsto y, seguramente, lo hubiera hecho si no hubiera estado más pendiente del arroz, de la cancioncita, de pensar en que, quizás, podría llamar a Marta para que bajara de Vic en el primer tren y comiéramos juntos o del centrifugado de la lavadora. Así, el cristal explotó en mis manos. Y digo que debería haberlo previsto porque es más que previsible que, con tal cambio de temperatura, se explotase. En aquel momento de crisis, de nervios, de estrés, en los que debo reconocer soy un experto en crear y un total inexperto en resolver, no se me ocurrió más que cerrar el grifo, dejar de lado el estropajo con el fairy y ponerme a cantar hasta que acabó la canción que fue cuando volví a abrir el grifo, esta vez para limpiarme el jabón y la sangre, recoger lo que quedaba de difunta tapa de la olla, tirar los trozos de cristales, y seguir fregando.
De este modo, creí entender que los cristales podía tirarlos, que la sangre había dejado de salir y que, aunque el arroz me lo fuese a tomar solo, era perfectamente capaz de llamar a cualquiera de esas personas estupendas que tengo por el mundo para que comiera conmigo. Pese a todo, supe también que no sería aquel el día de comer acompañado porque, pese a ser sábado, parecía domingo –e incluso estaba a punto de llover–, y, para bien o para mal, la soledad no podía servir de pretexto para llamar.
De este modo, creí entender que los cristales podía tirarlos, que la sangre había dejado de salir y que, aunque el arroz me lo fuese a tomar solo, era perfectamente capaz de llamar a cualquiera de esas personas estupendas que tengo por el mundo para que comiera conmigo. Pese a todo, supe también que no sería aquel el día de comer acompañado porque, pese a ser sábado, parecía domingo –e incluso estaba a punto de llover–, y, para bien o para mal, la soledad no podía servir de pretexto para llamar.
1 comment:
La vida encara té més coincidències. Què penses si et dic "Dale la vuelta al mundo"?
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