Bruselas es, probablemente, la ciudad con una ratio de expat por autóctono más alta de Europa. A este hecho, hay que añadírsele que, por definición, el belga es pseudo-apátrida, pues, en su mayoría no son belgas sino flamencos los unos y francófonos o valones los otros. Al menos eso decía el coordinador de la finalidad del máster en la que estoy en la peor sesión de acogida de la historia de una universidad, entre otros motivos, porque tiene lugar quince días después del inicio de las clases. A pesar de todo y de la pésima sesión de información, hoy no pretendía, ni mucho menos, hablar de esto, sino precisamente de la frase que nos ha dicho el coordinador. No podía ser más cierto que Bruselas es, por definición, una ciudad acogedora, un melting pot en el que cada cual puede encontrar, más o menos, su sitio. Tampoco querría que se me malinterpretara; Bruselas no es la Tierra Prometida, ni la de las oportunidades, no es esa Nueva York del XIX y principios del XX, pero bueno, es, cuanto menos acogedora. Lo cierto es que es más que notorio que están acostumbrados a tratar con gente de otros países y, por lo general, los trámites son bastante fáciles.
Acostumbrarse a la vida aquí es bastante fácil. Es una ciudad relativamente pequeña donde, por lo general, es complicado moverse. Los coches llenan todas y cada una de las calles, junto con tranvías y buses que, sólo en ocasiones, están segregados del resto del tráfico. La gente, en general, parece moverse en coche y hacerlo de forma individual. Las colas y colas de coches con conductores solitarios al volante son habituales en Bruselas, sobre todo los días de lluvia, que son los más. Sin embargo, uno puede hacer vida casi exclusivamente en su comuna –al menos en Ixelles sí se puede–, sin mucha necesidad de salir de ella. Probablemente en tres meses revisaré lo que estoy a punto de decir, pero, la verdad, esta ciudad no te hace sentirte extranjero ni extraño, los grandes conflictos que encuentro en mi día a día son puramente gastronómicos, a saber, sigo, pues, sin entender, la manía francofrancesa y francobelga de vender el arroz en envases de cartón que no te permiten ver qué tipo de arroz hay dentro ni por qué aromatizarlo. Tampoco acabo de entender por qué no hay paquetes grandes de galletas NORMALES -¡por favor, galletas María ya!-. Y bueno, capítulo aparte merece el pescado de aquí. Pese a todo, con 15º y sol, de momento, se vive bien.
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