A todo esto, ¿qué hora es? – viernes y parece que nadie se dio cuenta de la contradicción o de la disociación entre pregunta y respuesta, así que dejé hacer y me giré para mirar con todo el disimulo que podía aquel gran reloj blanco. Sí, es viernes, o eso creí, cuando, en realidad no era más que un jueves adelantado, pero esto, claro está no lo sabía yo todavía. Viernes seis, o siete. Quizás ocho, aunque imagino que, a estas alturas de mes, suponer que es ocho es suponer demasiado.
Porque viernes 10, exámenes y, por consiguiente, Pascua queda muy lejana y mira, tampoco es un gran trauma, sobre todo porque todavía no tengo los billetes de vuelta y eso me permite no tener un horizonte de regreso. Y digo que suponer que es ocho es mucho suponer. Igual que suponer que viernes seis sería distinto a viernes cinco o siete era mucho suponer.
Si total, ¿para qué negar lo obvio? Y más cuando, además de obvio, resulta más que comprensible. Me cueste lo que me cueste aceptarlo así es: obvio y comprensible.
Porque viernes 10, exámenes y, por consiguiente, Pascua queda muy lejana y mira, tampoco es un gran trauma, sobre todo porque todavía no tengo los billetes de vuelta y eso me permite no tener un horizonte de regreso. Y digo que suponer que es ocho es mucho suponer. Igual que suponer que viernes seis sería distinto a viernes cinco o siete era mucho suponer.
Si total, ¿para qué negar lo obvio? Y más cuando, además de obvio, resulta más que comprensible. Me cueste lo que me cueste aceptarlo así es: obvio y comprensible.
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